miércoles, 25 de agosto de 2010

Mi casa


Hace algunos años, en uno de mis tantos trabajos, tuve una compañera que leía las manos. Yo esperaba que me sorprendiera diciéndome lo larga que iba a ser mi vida, cuánto éxito profesional iba a tener o si iba a conocer al chico de mis sueños en el próximo verano. Sin embargo lo único que predijo fue que me iba a costar desprenderme de mi casa.
De eso pude dar fe meses antes de venirme a vivir a Capital Federal.
Traté de retener todo aquello, que a veces por la misma cotidaneidad, pasa desapercibido, pero que luego se extraña.
El olor a eucaliptos hervidos, los gruñidos de Rocco y Ciro en el patio por las mañanas, la torta con grasa de mi mamá para los mates, las sobremesas divertidas con mis hermanos, los códigos ("nene piyin", "cachelira lira lira", "the chechenian boy") inentendibles para el resto, pero de tanto significado para nosotros.
La costumbre de disfrazarme -cual ciruja- para ver un DVD en familia, escuchar música fuerte en el altillo, mis planteos existencialistas cada noche con la Jose, ver tele con Nacho hasta pasada la medianoche, las caminatas por la Nuñez, las palabras reparadoras de mi mamá, la contencion -a su modo- de mi papá.
Los sahumerios, los asados de Pablo, los sábados de acomodo. El ruido del lavarropa, Adrián y su guitarra, las visitas de mi abuelo con sus chistes, la saratoga y el flan de chocolate.
Y también soñar como sería mi vida cuando dejara esta casa, que aún hoy sigue siendo "mi casa", aunque viva en otros lados, aunque pasen muchos años, incluso aunque deje de existir, ya que ésta es LA casa donde siempre recordaré a mi familia.

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