lunes, 26 de septiembre de 2011

Amsterdam...


Me embrujó. Fue la tercera en orden desde la llegada a Europa.
No tenía tantas expectativas (y aclaro que es bueno no tenerlas en casi todos los aspectos de la vida). Descubrí además que el estado anímico influye poderosamente en la evaluación concluyente que luego se hace del lugar visitado. A pesar de haber viajado toda una noche sentada en una cabina de tren desde Berlín, me sentía excelente...
De Amsterdam alguna idea tenía, había visto algunos documentales que resaltaban la aparente libertad para todo, junto a esos angostos pasajes de la Zona Roja y ...los coffee shops! Pero la sensación insitu fue diferente, y definitivamente me envolvió.
Sus fachadas típicas (que hoy recuerdo a través de un imán para heladera que me traje de souvenir); sus calles empedradas, funcionales en muchos casos sólo para el uso de las "vélos", bicicletas que de todos los colores y tamaños inundan estacionamientos y puentes. Sus canales característicos que cruzan la ciudad, los tranvías que transportan de lado a lado, la gente "cool"... por donde se la vea, que hasta puede regalar "miradas intensas" ( sino véase la foto).
Se respira bohemia en cada esquina, junto también al aroma de la promocionada "carne argentina", más exportada desde el anclaje de nuestra coterránea Máxima Zorreguieta, princesa y futura reina de Holanda.
Amsterdam definitivamente es el lugar, o por lo menos lo fue durante esos dos intensos días de recorrida europea.

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