Dicen que el arte permite liberar demonios y
Diane Arbus con la fotografía intentó no sólo liberarlos, sino también
liberarse. Desafiando las convenciones de su época, y con un impacto más allá
de su contemporaneidad, permitió que al espectador le llegaran fragmentos de
una realidad oculta, considerada para muchos anormal y defectuosa.
Diane no fue convencional ni en la inocencia de
sus primeros años y, la búsqueda de la identificación a través de aquello que
era diferente, fue una constante a lo largo de su vida. Diane antes de ser
“Arbus” fue “Nemerov” y nació el 14 de marzo de 1923 en Nueva York. Sus padres,
comerciantes judíos -dueños de un almacén en la Quinta Avenida- la sobreprotegieron
y rodearon de pompas. Todo lo que le ofrecían era muy lindo, pero Diane sentía
que esa realidad no le era propia: “lo no aceptado socialmente” era considerado
mala palabra, y eso le resultaba incómodo e irreal. Esta sensación se
acentuó entrada la adolescencia, le llamaban la atención los ambientes menos
confortables y la fauna que los habitaban, y comenzó a convertir el metro de
Nueva York en la escenografía de un nuevo mundo a descubrir. Por esta misma
época, se cruzó en su camino Allan Arbus -empleado del negocio de los Nemerov-
con quien inició una relación, a pesar de la negativa de sus padres, y contrajo
matrimonio a los 18, adoptando el apellido.
Diane y Allan decidieron dedicarse a la
fotografía publicitaria y de modas. Eran los años '40 e importantes revistas
-entre ellas Esquire, Vogue y Harper’s Bazaar- les encargaban producciones.
Formaban un buen equipo y trabajo no les faltaba, pero no gozaban de una
economía estable y tampoco contaban con la ayuda de Don Nemerov. Diane, ya por ese
entonces madre de dos hijas -Amy y Doon-, entró en una etapa de crisis y
replanteos personales: el mundo de la alta sociedad, el show business y
la imagen publicitaria no eran santos de su devoción, y sentía que quería
centrar su trabajo en una mirada más interior.
A mediados de los años '50, el fotoperiodismo como poética de la vida cotidiana estaba en auge, y fotógrafos como Cartier-Bresson y Elliot Erwitt comenzaban a convertirse en íconos. Diane, de común acuerdo con su marido y en el ínterin de un trance conyugal que los llevará al divorcio, deja de asistir a Allan en el negocio y se vuelca de lleno a los estudios con la fotógrafa austríaca Lisette Model, también conocida como “la retratista de lo crudo”.
A mediados de los años '50, el fotoperiodismo como poética de la vida cotidiana estaba en auge, y fotógrafos como Cartier-Bresson y Elliot Erwitt comenzaban a convertirse en íconos. Diane, de común acuerdo con su marido y en el ínterin de un trance conyugal que los llevará al divorcio, deja de asistir a Allan en el negocio y se vuelca de lleno a los estudios con la fotógrafa austríaca Lisette Model, también conocida como “la retratista de lo crudo”.
Para la joven fotógrafa esto significará un punto
de inflexión en su carrera, Lissette -con quien comparte historias de vida
parecidas- será quien la guiará en el reenfoque de su trabajo. A partir de
aquí, aplicará como máxima vital en sus trabajos la frase de Model: “no
pulsen el disparador hasta que el sujeto que enfocan les produzca un dolor en
la boca del estómago”.
Trabajo de autor
El período más fructífero en la vida de Diane
Arbus fue en los '60. Durante estos años, las peores calles de Nueva York se
volvieron su hábitat y allí, en lo más oscuro de la noche, salía a recorrer y
fotografiar con su cámara: primero una Nikon de 35 milímetros, que luego
cambiará por una Rolleiflex de formato medio.
A diferencia de otros contemporáneos de su
época, Diane no era voyeurista, lo que buscaba era conocer en
profundidad esos escenarios y sus personajes. Según Jeff L. Rosenheim, curador
del Departamento de Fotografías del Museo Metropolitano de Nueva York (MET),
ella solía entablar largas relaciones con los sujetos protagonistas de sus
fotos. Su pasión por la fotografía afloraba en estas conversaciones en las que
iba convenciéndolos a posar y así fue cómo sus retratos se volvieron una
excepcional galería de individuos dejados al margen del american way of life.
En 1967, el MoMA (Museum of Modern Art de Nueva
York) la incluyó en una exhibición llamada "New documents"
junto a otros prestigiosos fotógrafos como Garry Winogrand y Lee Friedlander. A
raíz de esta muestra, Arbus despertó sentimientos encontrados, a la par del
rechazo de algunos, hubo quienes sostuvieron que se encontraban frente a un
nuevo estilo de fotografía documental. A partir de allí, su reputación se
comparó con la de los grandes, la comunidad artística comenzó a interesarse en
su trabajo y recibió becas Guggenheim en 1963 y 1966.
Nuevamente revistas como Harper’s Bazar y Esquire le confiaron una serie de retratos, esta vez de escritores, actores, actrices y poetas: Norman Mailer, Mae West, Jorge Luis Borges, Mía Farrow, entre otros, desfilaron frente a su lente con la peculiaridad que sólo Diane lograba, al intentar que dejaran de lado su faceta pública para plasmarlos en su verdadera esencia.
A pesar de estar en boca de todos, muchas de sus fotos no eran publicadas y esto no sólo complicaba sus finanzas, sino que minaba su autoestima que era de por sí bastante frágil.
Nuevamente revistas como Harper’s Bazar y Esquire le confiaron una serie de retratos, esta vez de escritores, actores, actrices y poetas: Norman Mailer, Mae West, Jorge Luis Borges, Mía Farrow, entre otros, desfilaron frente a su lente con la peculiaridad que sólo Diane lograba, al intentar que dejaran de lado su faceta pública para plasmarlos en su verdadera esencia.
A pesar de estar en boca de todos, muchas de sus fotos no eran publicadas y esto no sólo complicaba sus finanzas, sino que minaba su autoestima que era de por sí bastante frágil.
En 1972 su trabajo participó de la Bienal de
Venecia -siendo la primer fotógrafa estadounidense en ser seleccionada- y el
MoMA organizó una nueva muestra en su nombre: un gran reconocimiento y su
primer retrospectiva... por fin Diane estaba de moda, pero la oscuridad la
había atrapado, y un año atrás ya se había quitado la vida.
Freaklandia
El fervor que le despertó desde pequeña el
hecho de que le prohibieran ver todo tipo de rarezas humanas, y la película La
parada de los monstruos (Freaks en inglés) de Tod Browning
(que narra las vivencias de una pareja de enanos de circo) gran
inspiración para Diane, provocaron que sus fotos se poblaran de singulares
figuras. Todos aquellos personajes considerados fuera de los patrones de
aceptación social fueron sus favoritos: fenómenos de circo, gigantes, artistas
callejeros, enfermos mentales, vagos, borrachos, exhibicionistas, prostitutas,
travestis, pobres, niños especiales, gemelos, enanos.
A la par de sus queridos freaks, retrató
gente “convencional”, pero ella tenía la habilidad de conseguir que parecieran
habitar el mismo mundo desorbitado que sus “monstruos”. Y éstos, a su vez,
parecían ser el reflejo de todos los “normales”. Diane tenía un trato
democrático con todos, y esto explica por qué frente a su objetivo no había
diferencias entre unos y otros. Sus personajes percibían su verdadero interés
por conocerlos y, entre fotógrafa y retratado, se producía una suerte de
complicidad en la vulnerabilidad en la que mostraban frente a ella sus
verdaderas miserias. Pero la mayor frustración la encontró con los enfermos
mentales, tan desconectados e impenetrables, sumergidos en un entorno que sólo
a ellos les pertenecía.
Su particular técnica también tuvo mucho que
ver a la hora de producir amores y odios en el espectador: Diane rompe la
composición, sitúa a sus personajes en el centro del encuadre, frente a cámara,
para que miren directamente al lente y utiliza el flash (incluso de día- flash
de relleno) para que se revelen bien todos los defectos. Sus fotos en blanco y
negro, llenas de contrastes y producto de un trabajo intenso de luz y sombras.
Al final de sus días, su vida se fue volviendo
defectuosa como los personajes de sus fotos. Empezó a abandonarse. Su manera de
vestir se volvió descuidada y su vida sexual promiscua -se acostaba
indistintamente con hombres y mujeres – y hasta se dice que tuvo sexo con
algunos de los “monstruos” a los cuales retrató. Sus crisis y depresiones se
hicieron más profundas y frecuentes. Sobredosis de pastillas para dormir y
corte en las venas terminaron, el 27 de julio de 1971, con sus 48 años de vida.
Más allá de mito o realidad, parte de su vida
fue llevada al cine. El film - Fur: An Imaginary Portrait of Diane Arbus-
se centra en un período de la vida de la artista, a través del relato ficticio
de la historia de amor con uno de sus “monstruos”. El guión de la película está
basado en el libro Diane Arbus: A Biography as a source de Patricia
Bosworth, fue producida en 2006 y dirigida por Steven Shainberg, con
Nicole Kidman en el papel de una inexpresiva Diane y Robert Downey Jr como su
peludísimo amante.
Lo que no es, puede llegar a ser
Diane Arbus hoy sigue generando fascinación,
inspiración y rechazo. A pesar de las críticas que la tildaron de querer “degradar
y faltar el respeto a sus retratados”, se considera que su obra va más allá de
todo amarillismo.
Su principal aporte fue permitir que los
límites entre los estereotipos se difuminaran: provocó que lo presuntamente
“normal” pudiese parecer “anormal”, y que lo estéticamente monstruoso, pudiese
ser un poco más bello a través de su óptica.
Sus fotos
fueron ese espejo donde pudo conocer y descifrar esas rarezas que en todos, en
mayor o menor medida, existen. Y en esta búsqueda desesperada por el conocimiento
de quiénes somos, intentó también encontrarse ella: rebelde, inteligente,
tímida, controvertida, honesta, exhibicionista, insegura, vanguardista,
valiente, humilde, triste, libre de hipocresía, sensible, amante de lo bizarro.
Ella misma: Diane Arbus.
Publicado en Revista Dada Mini Nro 12
Publicado en Revista Dada Mini Nro 12