lunes, 3 de septiembre de 2012

Diane Arbus: Esas rarezas humanas

Diane Arbus salió a buscar el lado oscuro de la vida y, con sensibilidad y tacto, hizo visible lo marginal. Su mirada sobre el mundo trascendió estereotipos culturales, convirtiéndola en pionera de un nuevo estilo documental, y en una de las principales fotógrafas del siglo XX. 

Dicen que el arte permite liberar demonios y Diane Arbus con la fotografía intentó no sólo liberarlos, sino también liberarse. Desafiando las convenciones de su época, y con un impacto más allá de su contemporaneidad, permitió que al espectador le llegaran fragmentos de una realidad oculta, considerada para muchos anormal y defectuosa.
Diane no fue convencional ni en la inocencia de sus primeros años y, la búsqueda de la identificación a través de aquello que era diferente, fue una constante a lo largo de su vida. Diane antes de ser “Arbus” fue “Nemerov” y nació el 14 de marzo de 1923 en Nueva York. Sus padres, comerciantes judíos -dueños de un almacén en la Quinta Avenida- la sobreprotegieron y rodearon de pompas. Todo lo que le ofrecían era muy lindo, pero Diane sentía que esa realidad no le era propia: “lo no aceptado socialmente” era considerado mala palabra, y eso le resultaba incómodo e irreal. Esta sensación se acentuó entrada la adolescencia, le llamaban la atención los ambientes menos confortables y la fauna que los habitaban, y comenzó a convertir el metro de Nueva York en la escenografía de un nuevo mundo a descubrir. Por esta misma época, se cruzó en su camino Allan Arbus -empleado del negocio de los Nemerov- con quien inició una relación, a pesar de la negativa de sus padres, y contrajo matrimonio a los 18, adoptando el apellido.
Diane y Allan decidieron dedicarse a la fotografía publicitaria y de modas. Eran los años '40 e importantes revistas -entre ellas Esquire, Vogue y Harper’s Bazaar- les encargaban producciones. Formaban un buen equipo y trabajo no les faltaba, pero no gozaban de una economía estable y tampoco contaban con la ayuda de Don Nemerov. Diane, ya por ese entonces madre de dos hijas -Amy y Doon-, entró en una etapa de crisis y replanteos personales: el mundo de la alta sociedad, el show business y la imagen publicitaria no eran santos de su devoción, y sentía que quería centrar su trabajo en una mirada más interior. 



A mediados de los años '50, el fotoperiodismo como poética de la vida cotidiana estaba en auge, y fotógrafos como Cartier-Bresson y Elliot Erwitt comenzaban a convertirse en íconos. Diane, de común acuerdo con su marido y en el ínterin de un trance conyugal que los llevará al divorcio, deja de asistir a Allan en el negocio y se vuelca de lleno a los estudios con la fotógrafa austríaca Lisette Model, también conocida como “la retratista de lo crudo”.
Para la joven fotógrafa esto significará un punto de inflexión en su carrera, Lissette -con quien comparte historias de vida parecidas- será quien la guiará en el reenfoque de su trabajo. A partir de aquí, aplicará como máxima vital en sus trabajos la frase de Model: “no pulsen el disparador hasta que el sujeto que enfocan les produzca un dolor en la boca del estómago”.
 
Trabajo de autor
El período más fructífero en la vida de Diane Arbus fue en los '60. Durante estos años, las peores calles de Nueva York se volvieron su hábitat y allí, en lo más oscuro de la noche, salía a recorrer y fotografiar con su cámara: primero una Nikon de 35 milímetros, que luego cambiará por una Rolleiflex de formato medio.
A diferencia de otros contemporáneos de su época, Diane no era voyeurista, lo que buscaba era conocer en profundidad esos escenarios y sus personajes. Según Jeff L. Rosenheim, curador del Departamento de Fotografías del Museo Metropolitano de Nueva York (MET), ella solía entablar largas relaciones con los sujetos protagonistas de sus fotos. Su pasión por la fotografía afloraba en estas conversaciones en las que iba convenciéndolos a posar y así fue cómo sus retratos se volvieron una excepcional galería de individuos dejados al margen del american way of life.
En 1967, el MoMA (Museum of Modern Art de Nueva York) la incluyó en una exhibición llamada "New documents" junto a otros prestigiosos fotógrafos como Garry Winogrand y Lee Friedlander. A raíz de esta muestra, Arbus despertó sentimientos encontrados, a la par del rechazo de algunos, hubo quienes sostuvieron que se encontraban frente a un nuevo estilo de fotografía documental. A partir de allí, su reputación se comparó con la de los grandes, la comunidad artística comenzó a interesarse en su trabajo y recibió becas Guggenheim en 1963 y 1966. 
Nuevamente revistas como Harper’s Bazar y Esquire le confiaron una serie de retratos, esta vez de escritores, actores, actrices y poetas: Norman Mailer, Mae West, Jorge Luis Borges, Mía Farrow, entre otros, desfilaron frente a su lente con la peculiaridad que sólo Diane lograba, al intentar que dejaran de lado su faceta pública para plasmarlos en su verdadera esencia.
A pesar de estar en boca de todos, muchas de sus fotos no eran publicadas y esto no sólo complicaba sus finanzas, sino que minaba su autoestima que era de por sí bastante frágil.
En 1972 su trabajo participó de la Bienal de Venecia -siendo la primer fotógrafa estadounidense en ser seleccionada- y el MoMA organizó una nueva muestra en su nombre: un gran reconocimiento y su primer retrospectiva... por fin Diane estaba de moda, pero la oscuridad la había atrapado, y un año atrás ya se había quitado la vida.

Freaklandia
El fervor que le despertó desde pequeña el hecho de que le prohibieran ver todo tipo de rarezas humanas, y la película La parada de los monstruos (Freaks en inglés) de Tod Browning (que narra las vivencias de una pareja de enanos de circo) gran inspiración para Diane, provocaron que sus fotos se poblaran de singulares figuras. Todos aquellos personajes considerados fuera de los patrones de aceptación social fueron sus favoritos: fenómenos de circo, gigantes, artistas callejeros, enfermos mentales, vagos, borrachos, exhibicionistas, prostitutas, travestis, pobres, niños especiales, gemelos, enanos.
A la par de sus queridos freaks, retrató gente “convencional”, pero ella tenía la habilidad de conseguir que parecieran habitar el mismo mundo desorbitado que sus “monstruos”. Y éstos, a su vez, parecían ser el reflejo de todos los “normales”. Diane tenía un trato democrático con todos, y esto explica por qué frente a su objetivo no había diferencias entre unos y otros. Sus personajes percibían su verdadero interés por conocerlos y, entre fotógrafa y retratado, se producía una suerte de complicidad en la vulnerabilidad en la que mostraban frente a ella sus verdaderas miserias. Pero la mayor frustración la encontró con los enfermos mentales, tan desconectados e impenetrables, sumergidos en un entorno que sólo a ellos les pertenecía.

Su particular técnica también tuvo mucho que ver a la hora de producir amores y odios en el espectador: Diane rompe la composición, sitúa a sus personajes en el centro del encuadre, frente a cámara, para que miren directamente al lente y utiliza el flash (incluso de día- flash de relleno) para que se revelen bien todos los defectos. Sus fotos en blanco y negro, llenas de contrastes y producto de un trabajo intenso de luz y sombras.
Al final de sus días, su vida se fue volviendo defectuosa como los personajes de sus fotos. Empezó a abandonarse. Su manera de vestir se volvió descuidada y su vida sexual promiscua -se acostaba indistintamente con hombres y mujeres – y hasta se dice que tuvo sexo con algunos de los “monstruos” a los cuales retrató. Sus crisis y depresiones se hicieron más profundas y frecuentes. Sobredosis de pastillas para dormir y corte en las venas terminaron, el 27 de julio de 1971, con sus 48 años de vida.
Más allá de mito o realidad, parte de su vida fue llevada al cine. El film - Fur: An Imaginary Portrait of Diane Arbus- se centra en un período de la vida de la artista, a través del relato ficticio de la historia de amor con uno de sus “monstruos”. El guión de la película está basado en el libro Diane Arbus: A Biography as a source de Patricia Bosworth, fue producida en 2006 y dirigida por Steven Shainberg, con Nicole Kidman en el papel de una inexpresiva Diane y Robert Downey Jr como su peludísimo amante.

Lo que no es, puede llegar a ser 
Diane Arbus hoy sigue generando fascinación, inspiración y rechazo. A pesar de las críticas que la tildaron de querer “degradar y faltar el respeto a sus retratados”, se considera que su obra va más allá de todo amarillismo.
Su principal aporte fue permitir que los límites entre los estereotipos se difuminaran: provocó que lo presuntamente “normal” pudiese parecer “anormal”, y que lo estéticamente monstruoso, pudiese ser un poco más bello a través de su óptica.
Sus fotos fueron ese espejo donde pudo conocer y descifrar esas rarezas que en todos, en mayor o menor medida, existen. Y en esta búsqueda desesperada por el conocimiento de quiénes somos, intentó también encontrarse ella: rebelde, inteligente, tímida, controvertida, honesta, exhibicionista, insegura, vanguardista, valiente, humilde, triste, libre de hipocresía, sensible, amante de lo bizarro. Ella misma: Diane Arbus. 


Publicado en Revista Dada Mini Nro 12

domingo, 2 de septiembre de 2012

Great Expectations

Se titula una de las tantas novelas de Charles Dickens. Su lectura era materia obligada en la clase de inglés avanzado, y suponía entenderlo para luego defenderlo frente a la estricta Miss Viviana, aunque comprender la complejidad del mundo adulto- que retrata este crítico social- fue mucho después...
A partir de ahí presté más atención a esto de las "expectativas" que comenzaron a darme vuelta para ya no irse. Todos tenemos expectativas: unos más, otros menos, unos más altas, otros más bajas... Se van generando, o también podemos decir que nos las van generando, a través de la crianza, el entorno, la educación. Cuando somos concientes nos llevan a ilusionarnos con eso que nos imaginamos y imaginaron, ó deseamos y desearon para nosotros. Recorremos la vida preparados para recibirlas tal cual esa foto que nos hicimos, pero puede pasar que la foto sea diferente, y es ahí cuando no hay colchón que aliviane la caída.
Posiblemente al personaje del cuento de Dickens no le haya pasado esto. Pip comienza su historia huérfano, pobre y maltratado, pero determinado hecho en su infancia lo compensa, un benefactor aparece en su vida, lo ayuda a convertirse en "sir" y comienza a obtener lo impensado.
Así como Pip, hay muchas personas que parecen haber sido tocadas por la varita mágica. Tomando como ejemplo algo mucho más banal, se me vienen a la cabeza algunas entrevistas a personalidades "destacadas" (actores, artistas, modelos, celebrities, realezas) a quienes -entre medio de casas y vidas de ensueño- se les dedica páginas y páginas a color en revistas, para que analicen sus vidas, talvez buscando un poco del secreto de su éxito, y culminen la nota afirmando la envidiable frase que dice algo así como que "la vida les dio mucho más de lo que esperaban".
Me pregunto qué habrán esperado... y me pregunto si no hubiera sido mejor en lo que a mí respecta, no haber esperado nada, o no haber esperado tanto... aún así lo sigo haciendo, en el día a día e incluso en días como hoy donde intento que se corran esas nubes que tengo arriba de mi naríz, a pesar que afuera el cielo está más azul que nunca.
Puede que el afuera haya depositado grandes expectativas en mí, creo también que yo misma deposité grandes expectativas en mí. Puede que esté siendo un poco derrotista y no haya hecho aún lo suficiente, o que tenga que esperar a que llegue el momento esperado. Pero también puede ser que sea hora de empezar a sentirme más conforme, sin caer del todo en el conformismo.